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Unidos contra la pobreza


MUJERES Y POBREZA, en detalle:

La pobreza tiene mayor efecto sobre las mujeres, y por esa misma razón, brindar a las mujeres la posibilidad de emanciparse, desarrollar sus capacidades y ejercerlas hace avanzar más rápida y sólidamente la lucha contra la pobreza. Si existe un porcentaje mayor de mujeres que sufren distintas formas de pobreza es porque éstas no disponen acceso igualitario a la educación, los medios de producción y la propiedad y control de los bienes, que en ciertos casos se combina con la falta de igualdad de derechos dentro de la familia y de la sociedad. Esta situación tiene una influencia negativa en el hogar en su conjunto, especialmente en los niños y por consiguiente, en toda la comunidad.

En ciertos países, a pesar de que las mujeres asumen gran parte de las labores en el sector agrícola y ganadero o en otros sectores, no tienen derecho a la propiedad ni pueden pedir dinero en préstamo. Por lo tanto, nunca se les ofrece la posibilidad de salir de la pobreza. En las familias pobres, se suele dar prioridad a la educación y formación profesional de los hijos varones, y a veces las chicas tienen que trabajar para ayudar en la escolarización de sus hermanos. En algunos lugares, las mujeres y las niñas se alimentan con los restos de la comida de los hombres. A veces, el acceso restringido a la atención sanitaria puede llegar a ser mortal. Muchas veces, allí donde se reconocen los derechos de la mujer, la pobreza (con el analfabetismo que conlleva) les impide conocerlos.


En los países industrializados, aún en la actualidad, se contrata más fácilmente a los hombres, no hay igualdad salarial, el acceso a los puestos públicos es más difícil y los respectivos papeles de hombres y mujeres siguen siendo discriminatorios. Además, la combinación de salarios bajos y falta de posibilidades para garantizar el cuidado de los niños hace que muchas madres que reciben ayudas sociales prefieran no trabajar. En los países industrializados, las madres solteras constituyen ya una parte desproporcionada de los más desfavorecidos. La pobreza y la falta de formación aumentan también la vulnerabilidad de las mujeres en materia de salud, enfermedades de transmisión sexual (como el VIH/SIDA), embarazos no deseados y abusos sociales y familiares. Las desigualdades por razón de sexo no sólo perjudican a las mujeres, sino también a las familias, las comunidades y los países en los que viven.


Para ser eficaces, los programas de reducción de la pobreza deben apoyarse en el reconocimiento de los derechos de las mujeres y de los múltiples papeles que desempeñan. Deben reconocer la importancia de la labor social no regulada y no remunerada y de su aportación económica. Cualquier estrategia de reducción de la pobreza también debería garantizar el acceso de niñas y mujeres a la enseñanza primaria y a niveles de formación más elevados, a la asistencia médica, a la salud reproductiva, a los créditos, a los bienes, así como a la información sobre nutrición, VIH/SIDA, derechos jurídicos y ayudas sociales. Son también medios esenciales para reducir las desigualdades por razón de sexo.


Además es importante permitir que las madres que trabajan -pero sólo perciben un pequeño salario– tengan soluciones para el cuidado de sus hijos, al tiempo que es conveniente apoyar a las mujeres que son cabeza de familia, facilitar el acceso de las mujeres a las responsabilidades públicas, y cambiar los prejuicios culturales y los comportamientos sociales discriminatorios con respecto a las niñas y a las mujeres.


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2,800 millones de personas, es decir, cerca de la mitad de la población mundial, viven con menos de 2 dólares al día
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